Esta es la pregunta del millón.
Desde que me decanté por la medicina natural he tenido un eterno debate contra médicos y personas que no creen que “las hierbas” hagan nada.
La medicina alopática y la farmacología están íntimamente ligadas.
No podría existir lo uno sin lo otro. Los médicos son educados en las universidades para conocer todo tipo de medicamentos farmacéuticos, mientras que solo dedican unas pocas horas al estudio de la fitoterapia (curación por las plantas). Desde luego, no es culpa suya el sistema está montado así. Pero… ¿por qué?
La razón es, sin duda, el gran negocio que supone una empresa farmacéutica.
La industria farmacéutica mueve unos 700.000 millones de dólares anuales. Algunos estiman, no sin razón que las farmacéuticas ganan más dinero que los bancos. Está claro que esto las hace poderosas, muy poderosas. Y también está claro que quien tiene el poder impone sus normas. No es de extrañar por tanto que “instruyan” a los estudiantes de medicina en este sentido.
Desde que empezó la fabricación de los medicamentos de forma industrial allá por el siglo XIX, estas compañías han ido creciendo exponencialmente hasta haberse convertido en la fuente legal de generar dinero más importante de la historia.
Sin embargo desde siempre el Hombre ha buscado en la naturaleza remedios para la enfermedad.
A decir verdad, en la antigüedad, se buscaba a partes iguales en la naturaleza y en la magia.
En los primeros tiempos, el sanador, pasaba largo tiempo en los montes recogiendo las plantas de temporada. Después se empezarían a cultivar se los monasterios y muchos monjes eran además sanadores. Estos sanadores a los que se ha dado diferentes nombres en las diferentes culturas, habían aprendido su ciencia por tradición, ya que se transmitía de persona a persona, por elección del alumno y, muy a menudo, de padres a hijos. Estos personajes, sin ser médicos propiamente dichos elaboraban pócimas y ungüentos basados en las plantas.
El farmacólogo de antaño era una persona con altos conocimientos de las plantas que experimentaba con ellas para lograr mezclas que dieran resultados más óptimos.
Esto se hacía así en todo el planeta, sin embargo, un personaje destacó de manera fundamental, siendo considerado el padre de la farmacología. Se trata del sabio persa Avicena, nacido en el siglo II de nuestra era.
Esto es así porque hasta Avicena, la medicina y los remedios era prerrogativa del propio médico, aunque desde luego siguieran existiendo también los sanadores.
Hay que considerar que hasta hace muy poco tiempo, el médico estaba al alcance de unas pocas personas que disponían de medios económicos suficientes para poder pagarles sus servicios.
La mayor parte de la población tenía que recurrir a esas personas que practicaban la medicina alternativa de la época.
Avicena fue el primero que separó la fabricación de medicamentos de la medicina y el primero en abrir una especie de industria farmacéutica. De esta manera lograba que los médicos dedicaran todo su tiempo a tratar a los pacientes, en lugar de tener que dividir su tiempo en elaborar los remedios. Esta idea, en principio genial, cambiaría para siempre la concepción de la medicina, porque… ¿qué es un médico sin medicamentos? Sin darse cuenta se habían puesto en las manos de los “elaboradores de medicamentos”. Y así les cedieron el poder.
Aun así tuvieron que pasar todavía varios siglos hasta que a principios del siglo XIX, empieza el auge de la farmacología al pasar a considerarse el medicamento como primer recurso médico. Este fue, sin duda, el gran triunfo de la farmacología y el origen de una especie de guerra que dura hasta nuestros días.
Convirtiéndose la industria farmacéutica en uno de los poderes fácticos de nuestra sociedad, parecía que la fitoterapia estaba destinada a desaparecer.
Sin embargo, el uso de las plantas está tan arraigado en el ser humano que, a pesar de los intentos, los obstáculos y las dificultades, se ha seguido manteniendo. Las farmacéuticas han intentado por todos los medios que los herbolarios desaparezcan. Sin conseguirlo han pasado a otros métodos de acción. Han obligado a los estados a crear leyes destinadas a impedir que el herbolario haga uso de sus conocimientos. Poco a poco, las plantas han sido manipuladas, embolsadas y mezcladas por industrias que se parecen mucho y, en su mayoría lo son, a las industrias farmacéuticas.
Pues bien, una vez conseguido que el herbolario, en vez de polvos, plantas, pociones e ungüentos, tenga capsulas, sobrecitos de infusiones, etc., en cuya mezcla no han intervenido, pasaron a la siguiente fase: las parafarmacias, lugares en que no se venden medicamentos, sino productos naturales y que están regidos en su mayor parte por farmacéuticos.
Pero, dado que la sociedad cambia, porque todo es cíclico, y la gente vuelve de nuevo su mirada a los productos naturales, las farmacias deciden, por supuesto aprovechar el tirón. Ya no solo venden medicamentos, también hacen la competencia a las perfumerías, con la excusa de que lo que venden ellos tienen más garantía. Y entonces, claro está, se lanzan al mundo de los “complementos alimenticios”, nombre con el que pretendían desprestigiar a los remedios naturales. ¡Eh voilà! Ya lo tienen todo, por ahora…
Porque la última pretensión es, sin duda ninguna, quedarse con ese mercado y que todo se venda únicamente en farmacias.
Ahora sí que los herbolarios están en peligro de desaparición.
Si les dejamos (y no sé si podemos hacer mucho para evitarlo), en un futuro se habrán acabado las perfumerías, los herbolarios y, si me apuran, los supermercados, se las apañaran para hacer “complementos alimenticios” que sustituyan de una vez para siempre a las comidas.
Pues nada, así está el patio…